lunes, 1 de junio de 2009

Breaking Bad

Mis días empiezan a las 3 de la tarde, 1 del mediodía, 17 horas post meridiano.

Yo digo que es porque se han vuelto caprichosos.

Hoy estuve en La Latina comiendo, bebiendo y fumando con Jota, Irene, su novio de Albacete (que tiene un pelo muy guay) y Barbie que después de intervenir siempre levanta la mirada esperando una aprobación o un escarmiento. También hemos cenado juntos pero el casting perdió a Jay (Jota).


La aparición de mi ex, Anna, no se hizo esperar. Solo hizo falta que yo me encendiera un cigarro y que Jota se hubiera ido para que eso pareciera una tarde de parejas improbables.

El espíritu de la oportunidad se esconde a mis espaldas.

Alegría cuando ve a Barbie y desconcierto cuando luego me ve a mí a su lado. Bronquita por fumar.

Pero todo empieza mucho antes...


En el metro de camino allí iba leyendo entre paréntesis, la recopilación de artículos y discursos de Roberto Bolaño que tanto me está influyendo en esta etapa de mi vida (nada me gustaría más en este momento que ser un escritor maldito, Hank Moody al cuadrado, Bukowski en caramelo) y pensaba en cómo me introduciría al novio de Irene, a quien sabía que vería.

Planeaba en el metro cómo llegaría a la terraza, le apretaría la mano con firmeza, compensando con una sonrisa tipo mientras le decía mi nombre alto y claro, con actitud militar, mostrándome como el chico que mi madre querría que fuera, como el hombre que aún aspiro a ser y aprovecharía la mínima oportunidad para contarles a todos mi historia de la mañana.

Pero vamos por partes…


El miércoles pasado mi amiga Leila nos invitó a Leroy y a mí a ir al Buda Bar, a la despedida de Cannavaro. Mitad discoteca, mitad restaurante, todo un prostíbulo, el Buda es el Robocop del puterío. Un sitio al que había ido una vez y me balanceé todo el rato entre la sensación de ser un ratero arribista del Nueva York de los 20, abriéndome hueco entre tiburones y un chico normal al que estaban a punto de robar la cartera unas putas vestidas de primadonnas de telenovela.

No volví nunca.

Por eso y porque, además, está a tomar por culo.


Lo que ocurrió es que esa noche la despedida de Cannavaro coincidía con el triplete del Barça. Copa, Liga y Champions se jaleaba por toda Catalunya mientras en un prostíbulo de Madrid un jugador del Real celebraba que no se iba a quedar para el rapapolvo. A mi, por supuesto, no me llevó allí ningún festejo.

Lo único que me movió de mi casa era la posibilidad de que Ariadne Artiles estuviera allí la misma noche que me había respondido a un mensaje en facebook (si, merece mención aparte pero lo siento, esa es otra historia).


El caso es que Leila nos recibe, nos invita a unos mojitos, nos los llevamos al privado y antes de saber si Ariadne está allí me encuentro con una chica a la que, por su mirada, le resulto al menos tan familiar como ella a mí. Me equivoqué. A mi me resultaba familiar pero ella sabía perfectamente de que me conocía: “de La Latina, el Corazón Loco. Dejaste tu abrigo cerca de donde nos sentábamos mi hermana y yo”.

Nadja, 24 años, modelo barra actriz, 175cm.

Chica Pelo Pantene.

No bromeo.


25 minutos más tarde Nadja y yo nos estábamos besando en la barra mientras Leroy corría con el coche hacia el Fula.

Tres horas más tarde nos colábamos en las camas del privado de Michel Salgado.

Cuatro horas más tarde me la estaba chupando en el baño.


Pues el sábado, ayer según mi cuerpo, pinché en el Mall’s una de las mejores sesiones que he pinchado en mi vida y Nadja vino a verme totalmente borracha.


Nadja, Nadja…


Iba acompañada de unas amigas y se paso la noche comportándose como si le hubiera instalado yo mismo la personalidad: Le encantaba mi música, pedía permiso para besarme, se alejaba cuando necesitaba espacio y ni una sola vez se quejo cuando se me acercaron un par de chicas a pedirme el teléfono.

Si algún día olvido este sábado que me hagan el favor de borrarme el resto de la memoria…


A las siete de la mañana Nadja y yo nos fuimos a casa a zanjar todo lo que teníamos pendiente, con las manos el uno en el otro como si al dejar de tocarnos fuéramos a perder la oportunidad de follarnos para siempre.

Al llegar a casa nos desnudamos en la habitación.

Nadja habla.

Mucho.

Si tuviera que decir un solo defecto suyo diría que habla demasiado y mientras me habla saco un condón (mi último condón) y me lo pongo y me dice que le encanto y la beso con la polla en la mano y me dice que le encanto y le abro las piernas mientras la apoyo contra la pared que sirve de cabecero de la cama y me dice que le encanto…

pero que necesita ir al baño.

Ah, y que si puedo traerle agua.

El espíritu de la oportunidad se esconde de mí hasta en mi propia casa.

Así que se levanta y yo me levanto y voy a la cocina y lleno la botella de agua con la derecha mientras con la izquierda me sacudo la polla, cómo si fuera un amigo que se ha golpeado la cabeza y quiero que despierte, que no pierda la consciencia.

Recordemos, llevo puesta mi última goma.


Cuando voy a la habitación a dejar la botella oigo algo totalmente predecible que hace que sonría.

La puerta de mi baño está rota y lleva así años.

Abrirla desde fuera es jodido pero abrirla desde dentro sin saber el truco es prácticamente imposible.

Si eres una chica desnuda con prisa por salir del baño y volver a la cama te garantizo que necesitas que te rescaten. Lo he comprobado, pasa en el 100% de los casos.

Así que me río mientras me acerco a la puerta del baño con mi sonrisa preparada para cuando abra la puerta.

Me conozco el proceso: abro, sonrisa de alivio después del pequeño desconcierto, un poquito de vergüenza, beso, abrazo y vuelta a la cama de la mano. Pasa siempre.

Ésta vez no.

Al ir a abrir la puerta noto que no se abre. Está como cerrada con pestillo.


“Nadja, ¿Has echado el pestillo?”

“no, está recto” dice entre risas.

Yo qué coño sé como está el pestillo cuando está echado...?

No sé si está recto o tumbado o no está, pero me lo creo y vuelvo a intentarlo.

No funciona.

Después de intentarlo un poco más Nadja se pone un poquitín nerviosa y le digo que espere un segundo para ir a por las herramientas.

No le gusta la idea y me dice “No, no te vayas! No me dejes sola.”

Y le contesto: “Renzo no está. Se ha tenido que ir”

Es uno de mis defectos. A veces me creo gracioso.


Silencio.


“A dónde!?”

No se me ocurre nada y después de una pausa digo casi con tono de pregunta:

“a Avenida de América. Tenía algo que hacer”


De por sí no tiene gracia, no me molesto ni en impostar la voz y además visto con distancia a lo mejor era una broma estúpida dada la situación. Nadja estaba encerrada en el baño de un tipo al que casi no conoce, después de haber estado en una boda bebiendo, en La Latina bebiendo y en el Mall’s bebiendo también.

Y mientras pienso en todo esto de detrás de la puerta me llega su voz:


“Chicos, abridme!”



Chicos.

Abridme.


....


Desde éste momento Nadja me trata en plural.

Le juro a Nadja que estoy solo y, sobre todo, que soy yo.

No vale. Le tengo que jurar que soy yo después de que me pregunte por tercera vez que a dónde se ha ido Renzo. Sus nervios se me empiezan a contagiar un poco y empiezo a oír ruidos de ostias en el baño.

Respira, Nadja...


Me voy a la cocina no sin decirle que vuelvo en seguida y empiezo a buscar un destornillador en la caja de herramientas. No hay. Miro el taladro de brocas. Tal vez sea demasiado así que voy al estudio a coger el taladro de pilas. Los golpes en el baño me empiezan a preocupar. O me lo rompe todo o se está llevando a la inconsciencia a cabezazos.


“Ya estoy, ya estoy, ya estoy!” digo con el taladro en una mano y la polla todavía en la otra porque no sabía cuanto podía durar esto. Podía ser mucho pero si era poco no quería enfrentarme a ese segundo problema. Al fin y al cabo era mi última goma.


Desmonto el picaporte con Nadja al borde de un ataque de ansiedad al otro lado de la puerta, mientras hago lo posible por calmarla como en Urgencias: Repito su nombre, le pido que se siente y que respire hondo y le prometo que la voy a sacar en nada pero me vuelve a entrar la duda:

“Estás segura de que no has echado el pestillo?”

Entre algo que podrían ser sollozos o una mención a mi madre, Nadja me vuelve a repetir que ella no ha echado el pestillo y que la saquemos de ahí de un puta vez.

“Nadja, soy Renzo. Estoy solo!”


No nos cree.


El taladro vale para desmontar el picaporte pero el agujero al pestillo, que yo no dejo de pensar que está echado, está tapado por una madera fina. De nuevo prometo volver, de nuevo vuelvo a la cocina, de nuevo a la caja de herramientas y ahora saco unos alicates.

Mi noche perfecta se ha convertido en un episodio de McGyver.


Cuando vuelvo a la puerta con los alicates los uso para intentar girar el pestillo, girar la barra a la que se agarra el picaporte, le pido ayuda desde el otro lado y al cabo de 15 minutos sin obtener resultados miento y le prometo que ya lo tengo.

Me hace falta estar de rodillas, con el destornillador eléctrico en la mano, mirando por el agujero de la puerta con la polla blanda llegándome al suelo y el condón arrastrándose como si fuera un gusano que se ha cansado del espectáculo para darme cuenta de que estoy jodido.

Solo hay una opción.

“Nadja?”

“Sácadme de aquí, YA!”

“Nadja, voy a entrar. Hazme un favor, siéntate lejos de la puerta. siéntate en el vater”

Y esto la relaja muchísimo porque ya se ve un poco más cerca de salir.

Me echo para atrás con la sensación de que estoy haciendo una estupidez que no sé como va a acabar y me empiezo a impulsar contra la puerta como un defensa de los Patriots.

Uno, dos, tres, cuatro. PAM! Cinco empujones y mi puerta se troncha como una caja de cartón.

Nadja está sentada en el váter, con una toalla rodeándole el cuerpo y una expresión de haber pasado la peor borrachera de su vida. Eso no es lo peor.

Se levanta, sonríe cómo una demente ye se tira a mis brazos.

“eres tú...!”


...


Yo tengo todavía el taladro de pilas en la mano, el hombro rojo y el rabo colgando con los restos de lubricante del condón que está tirado en el suelo.

No, no parezco Patrick Bateman, soy el Vengador Tóxico.

Cuando me fijo en los desperfectos lo veo todo claro. El marco está desencajado, hay un rastro de astillas y una pieza de metal en el suelo, la puerta tronchada y saliendo de ella con una dureza y una longitud que en ese momento me ponían en ridículo, el pestillo salía intacto, majestuoso y un poco burlón.

Se lo señalé pero ella me lo siguió negando.

Nos fuimos al salón a fumar y de camino a la cama me entró un ataque de risa que yo achaco a las cosquillas que me hace el sentido del ridículo al abandonar mi cuerpo.


Ya en la cama empiezan las bromas y los falsos reproches. “No me importa la puerta”, le digo, “pero acabo de vivir una de las experiencias más bizarras de mi vida.”

Ella responde como si hubiera sabido el porqué desde el principio.

“El amor es así”

Follamos y me eché a dormir.



La historia da resultado, le he caído bien a Peloguay.

Afortunadamente acabo la historia antes de que Anna haga su aparición y no tengo que interrumpirla.

Jota sale, entra Anna con una amiga.

Yo la veo antes, ella ve a Barbie. Se acerca sonriendo pero le dura solo hasta que me ve a mí y escupe un “no me lo puedo creer” más alto de lo que le gustaría.

Respuesta emocional.

Si fuera una chica a la que me quiero follar diría que la tengo donde quiero. Pero no me la quiero follar, quiero vivir con ella y como lo sabe acelera los saludos, aprovecha que pasa por detrás de mí para darme una ostia en la cabeza y me dice que fumar me queda mal. Yo sé que no es así.

Se va pero antes de que no pueda oírme le grito que vuelva conmigo. No contesta. Pues otra vez no.

El día que me contesté que sí me habré metido en un lío...



Cenamos en la Burbuja Que Ríe. Todo bien pero me doy cuenta de que se me hace tarde, tendré que pillar el metro porque no habrá autobús y el taxi es implanteable porque no tengo un pavo y he cenado fuera. Pierdo fuelle y cuando salimos y me voy caminando con Barbie hasta el metro estoy absolutamente desinflado.


Me meto en el metro a la una de la mañana y está lleno. Por el andén de enfrente aparece un vestido rojo que he visto antes esta tarde. Envuelve un cuerpecito bronceado que se mueve como si estuviera buscando flores por el campo. Saludo a Anna con la mano y me responde con la misma cara y el “no me lo puedo creer” de antes, ésta vez ahogado.

Se sienta en un banco enfrente mío y hace un gesto chaplinesco de secarse las lagrimas con el dorso de la mano. Yo reacciono como si no lo hubiera visto pero sé que mi cuerpo inicia el proceso de una enfermedad letal incurable.

Estamos cerquísima pero no nos podemos oír, no nos podemos tocar y nuestros trenes van en direcciones opuestas.


Al llegar el mío me levanto sin perderla de vista y me pongo donde intuyo que estará la puerta.

No me equivoco y entre ella y yo solo están los cristales de éstas y nos miramos.

“Mándame un mensaje cuando llegues” le digo con las manos.

Me dice que no pero sé que lo hará.

Me siento al lado de un hombre borracho que se derrama en su asiento mientras su mujer le regaña conscientemente por molestar a los demás.

Yo solo quiero llegar a casa y dormir…

En la tele, mientras pierdo el sentido con una cerveza en la mano, se escucha la retrasmisión de unas procesiones:


“...Como si flotara, elevada por una marea de fieles, la virgen abandona su ermita...”

1 comentario:

  1. Mi momento favorito es "No nos cree".

    Me pregunto cuántas veces habrá contado este historia Renzo buscando caer bien.

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