jueves, 11 de junio de 2009

Un día cualquiera

(todavía sin dormir)

Hoy te recuerdo y me entran ganas de llorar.
He venido con Iceman (Su nombre de instituto, antes del sentido del ridículo) y una chica (de la que todavía no sé el nombre) a casa. Tu casa y la mía. Iceman me ha traido, ella ha hecho el desayuno, yo he hecho un sandwich y les he dejado jugando a la Wii mientras me iba a escribir a una chica con la que probablemente me acostaré y participará en mi vida con la relevancia que yo he participado en cualquier película. Prescindible.
Hoy me acordaba de tus ojitos verdes y no me dejaba recordar más por que ¿quién quiere recuerdos? Llorar duele.

Tus manos. Tus pies en la cama. Tu sonrisa de mediodía. Llena de dientes, de amor, de risa. Tus gestos se confunden con los gestos del resto. Tu recuerdo no. Es nítido. Delgado y afilado. Suave.

Hoy no tengo con quien hablar y mi voz hablando sola se contesta con desgana. Hoy busco al gato y tampoco está. Hoy me doy cuenta de que te he perdido.
Tu olor ya no está en casa y cuando me encuentro cosas tuyas me parece estar descubriendo una excavación arqueológica.
Tus tiempos pasados están esculpidos en piedra.

Iceman se ha ido y la chica se ha dejado empujar a un taxi frustrada porque unos huevos con bacon, un sandwich y un zumo de naranja con plátano “no eran lo que buscaba. “
Se ha equivocado de cajón.

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